sábado, 27 de agosto de 2011

La prueba

Una intensa lluvia arreciaba sobre el frondoso bosque nublado mientras corría para salvaguardarme de ella. Sin apenas creer lo que veían mis ojos, me dirigí hacia la cabaña de madera que había aparecido de repente, como por arte de magia, en un pequeño descampado aislado de los gigantes árboles que lo rodeaban.

Abrí la puerta y me encontré toda clase de lujos. La chimenea estaba encendida produciendo una agradable temperatura en el interior. En el centro de la sala principal había una larga mesa para unas doce personas repleta de alimentos. Curiosamente estaban exactamente los que a mí más me gustaban: quesos de todo tipo, un gran plato de espaguetis, varias hamburguesas, cervezas, embutidos, frutas, y, justo en el centro, un irresistible pastel de chocolate. Después de pasar un año totalmente solo en aquel misterioso lugar ya no sabía distinguir si lo que estaba viendo formaba parte de mi locura o si alguien lo había dejado allí para mí.

Precisamente ese día se cumplía un año de mi desaparición. O de mi aparición en aquel sitio, según se mire. Lo supe gracias al pequeño calendario de mano que siempre llevaba conmigo con el cual marcaba cada día que pasaba. El último vago y lejano recuerdo que tenía antes de llegar a ese funesto lugar era haber recorrido los pasillos de un hospital tumbado en una camilla, viendo como pasaban los fluorescentes del techo a toda velocidad, aunque desconocía el por qué. Pasado no sé exactamente cuánto tiempo noté mi espalda apoyada en tierra blanda y un fuerte olor a hierba mojada. Nada más abrir los ojos y ver a lo alto largas ramas con unas grandes hojas verdosas, empecé a oír diferentes cantares de pájaros y, a lo lejos, lo que parecía el ruido de un caudal de agua en movimiento. El viento fresco rozando mi piel fue la prueba definitiva para saber que me encontraba al aire libre.

Pero de eso ya hace doce meses. Doce meses sin ver a un solo ser humano. Doce meses sin comunicarme con nadie. Doce meses sobreviviendo en aquella maldita jungla.

Por fin una pequeña alegría. Tanto tiempo alimentándome como buenamente podía, a base de hierbajos e insectos para subsistir, me hacía disfrutar aquella comida como si fuera un auténtico orgasmo.

Mientras saciaba mi enorme apetito y mi gula, fui observando la pequeña casa. Toda construida en madera, con la chimenea situada a la izquierda de la entrada, y una pequeña ventana enfrente de la puerta, había algo que me resultaba familiar. La pared situada al otro extremo de la chimenea daba a una habitación, que cuando me paré a observarla reconocí en seguida. Era la cabaña de campo de mi tía Agatha, donde acudía con mis padres y mis hermanos durante muchos veranos de mi infancia. Era una prueba de que lo que estaba viendo y comiendo no podía ser real.

No me gustó la idea. Dejé en la mesa el trozo de queso que estaba engullendo y me levanté en dirección a la puerta de salida. La lluvia había cesado.

Hasta entonces no había tenido tan claro que la situación en la que me encontraba no tenía ningún sentido. No era lógico llegar de repente a un lugar alejado de la humanidad, ni que surgiera una cabaña de la nada repleta de comida, y menos aún que aquel lugar no tuviera salida. Me pasé los cuatro primeros meses de mi estancia buscando desesperadamente escapar por tierra o mar. Corría y andaba durante largas horas y lo único que me encontraba por el camino era bosque y más bosque. Ni siquiera conseguí encontrarme un solo animal salvaje. Había árboles, plantas variadas, tierra mojada, arbustos, algunas flores y poco más. Lo más inquietante de todo era que se repetían. Siempre los mismos árboles, las mismas plantas, los mismos arbustos… En una ocasión me propuse andar en línea recta, porque pensaba que no hacía más que dar vueltas sin sentido. Con una brújula que, de improvisto, me encontré en el bolsillo de mi pantalón, caminé orientado hacia el norte, dejando a lo largo de la senda recorrida marcas para confirmar que por allí ya había pasado. Como imaginé, unas seis horas después, y para desesperación mía, me topé con el punto de partida y la primera marca que había dejado. Se me ocurrió probar de seguir la corriente del río, pero acababa en la misma cascada inicial. Aquel espacio era un infernal bucle.

Cientos de veces me preguntaba dónde estaba y cómo había llegado a esa circunstancia tan irracional, sin poder hallar la respuesta. Una cosa tenía clara, estaba vivo. Me basaba en mi instinto de supervivencia y en que en alguna ocasión mi vida había corrido verdadero peligro, como cuando me puse enfermo por comer setas venenosas. Estuve varias semanas bastante mal, con fiebres y vómitos, pero por fortuna me recuperé. También tuve mucha suerte tras un fuerte impacto que sufrí en la cabeza al caerme de un pequeño acantilado, a consecuencia del cual se me abrió una brecha en la cabeza de la que emanó bastante sangre. Conseguí tapármela y cicatrizó, aunque estuve algunos días muy débil. Afortunadamente, sobreviví.

Tras salir de la cabaña me dirigí hacia el río con la intención de alejarme lo máximo posible de algo tan fantasmagórico. Me senté en la orilla para contemplar la claridad del agua y escuchar el dulce sonido que emitía al chocar suavemente contra las piedras y la tierra firme. Era un ritual que frecuentaba en las ocasiones en que mis nervios afloraban en mayor o menor grado, ya que me relajaba considerablemente. Instantes después observé que una alargada sombra iba cubriendo parte de la zona situada delante de mí. Una sombra antropomorfa. Llevaba tanto tiempo solo en aquella selva que había perdido toda esperanza de encontrar vida humana. Hacerlo me hizo entrar un miedo insano. Me puse de pie lentamente, y, cuando ya me había erguido del todo, vi que la figura cesaba en su avance. Con la misma lentitud, y toda la valentía que pude, me giré para poder verla. Era un hombre de mediana edad, más o menos de mi estatura, con la barba morena poblada y el pelo largo. Estaba tan delgado que parecía sufrir de inanición. Sus grandes ojos marrones me miraban atentamente.

-Hola -dijo el espigado hombre.

-Hola -hacía tanto que no hablaba que casi no pude reconocer ni mi propia voz. Sufría una ronquera importante, lo cual me obligó a aclararme la garganta todo lo que pude.

-Tu estancia ha finalizado satisfactoriamente. Debes acompañarme -su tono de voz era muy tranquilo.

-¿Quién eres? ¿Qué es este lugar? -pregunté casi con desánimo.

-Este lugar es una fase, yo soy quien te guiará hacia la siguiente.

-¿Fase? ¿Qué fase? -dije anonadado.

-¿Nunca has querido saber qué hay antes de nacer? -Su pregunta me hizo palidecer.

-No. Siempre me he preguntado qué hay después de morir -mi tono de voz iba descendiendo, no por la falta de conversación, sino por la sensación de angustia que empezaba a implantarse en mí.

-Después de la muerte no hay nada, existe un vacío espacio-temporal imposible de asumir y de comprender por una inteligencia viva, pero es así.

-¿Entonces estoy muerto? -dije mientras me empezaban a temblar las piernas.

-Todo lo contrario -continuó el hombre con su pausado tono-. ¿Estás aquí, no? ¿Sientes y piensas, verdad? Eso implica que no puedes estar muerto.

-¿Qué eres tú? ¿Cómo sabes todo eso? -pregunté muy intrigado.

-Soy un guía. No soy de tu especie aunque puedo aparentar serlo, como puedes ver. Trabajamos en otro tipo de realidad, con lo cual no estamos en contacto con humanos.

-Ahora sí, estás en contacto conmigo.

-Bueno, en realidad ahora mismo todavía no eres humano al cien por cien -dijo dibujando una media sonrisa cálida-. Digamos que eres el paso anterior.

-¿Una alma? ¿Estoy en una especie de purgatorio?

-No. Alma y purgatorio son palabras creadas por los humanos y sus religiones, pero son algo inexistente. Esto es mucho más tangible y verídico. Incluso te podría dar una explicación científica, el problema sería que no llegarías a entenderlo, ya que la capacidad humana no se ha desarrollado tanto como para comprender algo así.

-¿Entonces qué es esto?

-Es una especie de prueba de supervivencia que se ha de superar antes de volver a nacer. De hecho es el único sitio donde se puede producir una muerte real, ya que cuando mueres como humano siempre vas a parar aquí. Si la superas vuelves a la Tierra. Aunque no creas que a todo el mundo se le representa igual. Según haya sido tu vida la prueba puede variar. Creo que a ti te han puesto en una selva porque consideraban que necesitabas aprender a desenvolverte por ti mismo.

-¿Me han puesto? ¿Quiénes?

-Los coordinadores. Aunque los humanos penséis que estáis solos, no es cierto. Estáis convencidos de que el único sitio que puede albergar vida es un planeta, y ni siquiera se os ocurre que pueda haberla en otros planos de la realidad. Y en uno de ellos hay quien organiza la estancia en la Tierra. Todo el mundo tiene alguien por encima, humanos incluidos.

-¿Y ellos han puesto la cabaña?

-No, eso te lo he puesto yo. Ya que la prueba había terminado quería que comieras un poco antes de partir.

-¿Partir a dónde?

-A un útero.

-¡¿Qué?!

-Ya sabes, lo que llamáis “el milagro de la vida”. En realidad no es ningún milagro, somos nosotros que enviamos a alguien. Lo único que hacéis los humanos es crear el cuerpo físicamente, pero no la vida.

-Es difícil comprender y creer todo lo que me estás explicando -dije con sinceridad.

-Lo sé, pero eso no tiene ninguna importancia porque, como imaginarás, en el proceso de envío al útero la memoria se pierde, lo que significa que no recordarás nada de esto ni de tu vida anterior. No te preocupes, porque el viaje es totalmente plácido e infalible, nunca en toda la historia ha habido un solo error.

Mi evidente estado de shock no me permitía pensar con suficiente claridad para ser realmente consciente de todo lo que me estaba explicando aquel ser. Parecía más bien estar dentro de un sueño o, mejor dicho, una pesadilla. Sin decirme nada más me hizo un gesto con su mano con intención de que yo le siguiera. Así lo hice y, tras recorrer una senda que no había visto antes, llegamos a una doble puerta de madera adosada a la roca de dimensiones enormes, la cual, por supuesto, tampoco estaba allí hasta ese momento. Tendría unos cinco metros de altura y tres de anchura. Me quedé unos instantes contemplando aquella construcción, hasta que, poco a poco, empezaron a abrirse las puertas emitiendo un enorme ruido.

Tras ellas, una gran oscuridad infundía respeto. Un halo de frío helado salía del interior, incluso se podía vislumbrar humo gélido en el umbral al topar con la luz exterior.

-Debes cruzar este portal -dijo él.

Sin abrir la boca, miré al hombre a los ojos y me dejé llevar. Caminé lenta pero decididamente en línea recta, en dirección a la negrura helada. El frío cada vez era más intenso, iba penetrando en mis huesos inyectándome un agudo dolor.

Crucé y avancé un poco. Las puertas tras de mí se cerraron. La temperatura era glacial, insana. La oscuridad, absoluta. Me detuve...

Casi sin darme cuenta había dejado de sentir mi cuerpo. Me había convertido en una forma mental, alejado de lo material. La sensación era mucho más agradable de lo que se podría esperar, no solo por saber que no podía sentir dolor físico, sino también porque albergaba una gran paz interior. El miedo inicial había desaparecido por completo.

Pasaron algunas horas cuando volví a notar que tenía cuerpo, pero no era el mismo de antes. Era uniforme, redondeado y muy pequeño. Sentí como aumentaba de tamaño más rápido de lo previsto, debido a que el tiempo transcurría de una forma diferente en aquel estado. Estaba protegido por una especia de membrana oval, y me llegaba alimento a través un conducto directo a mi estómago, supuse que sería el cordón umbilical. En efecto, era un feto dentro de un vientre materno. Pero algo iba mal. Había una parte de mí que no había cambiado. Era una parte poco conectada al cuerpo, pero estaba allí. Pensaba, sentía, conocía, recordaba. Seguía manteniendo mi consciencia, mis recuerdos, mi yo… nada de mi mente se había borrado. Recordé que el hombre de barba que me había guiado hasta la puerta me había dicho que mi mente se borraría, y que nunca en la historia se había producido un solo error. Yo fui el primero.

Y entonces, nací.

No hay comentarios:

Publicar un comentario