domingo, 17 de octubre de 2010

Viaje inesperado

El cuarto tenía las paredes alicatadas con azulejos blancos, como cualquier lavabo normal y corriente. La forma era de un cuadrado perfecto y cada lado medía aproximadamente metro y medio. Pegado a la pared sud estaba el retrete de color blanco inmaculado, la puerta quedaba a su derecha y era de color grisáceo.

Habitualmente en la oficina sentía la necesidad de ir al excusado, casi siempre me venían ganas a la misma hora. Mi esfínter era como un reloj programado para sonar cada día laborable a las doce del mediodía. Ese día no fue diferente, el reloj de pared situado cerca de mi mesa marcaba las doce y un minuto cuando entré al váter que allí había.

Me senté tranquilamente a hacer mis necesidades. En ocasiones había un periódico encima de la tapa cerrada para cualquiera que lo quisiera leer, dejado por algún compañero que había visitado el lugar anteriormente, lo cual agradecía porque, a la vez que me descargaba, echaba un vistazo rápido de las noticias más recientes. Ese día tuve suerte porque el diario estaba allí.

Lo primero que leí fue la fecha para comprobar que era del mismo día, porque en ocasiones el diario que allí se encontraba era el que había quedado del día anterior y que nadie había retirado. Lunes 22 de marzo de 2010. En efecto, era el periódico del día. En la portada aparecía una foto del presidente del gobierno con el de Estados Unidos. En páginas interiores no hablaba de nada interesante, que si la llegada de la primavera, que si el temporal de frio, que si las próximas elecciones…

Algo extraño pasó instantes después. Sentí una especie de mareo, y una sensación muy difícil de explicar, la cual duró tan solo décimas de segundo. Era como si aquella habitación se me viniera encima de golpe, como si las paredes se movieran, como si tuvieran vida propia. Fue tan breve que, a los pocos segundos, estaba convencido de que habían sido imaginaciones mías.  Pese a ello me sentí angustiado, deje el periódico en el suelo y me apresuré a finalizar para salir de allí.

Terminé rápidamente la faena, me limpié, me subí los pantalones ajustándome la camisa por dentro, tiré de la cadena, cerré la tapa y dejé el periódico encima para que lo disfrutara el próximo visitante. Abrí el pestillo de la puerta, situado en el centro del pomo redondo. Me sorprendió lo frío que estaba. Tocaba ese pomo cada día de trabajo y nunca lo había sentido con una temperatura tan baja. Una vez abierto el pestillo empecé a girarlo para salir de allí, lo cual también me sorprendió porque estaba más duro que de costumbre, como si llevara mucho tiempo sin utilizarse.

Lo que vi tras la puerta me dejó helado, sin habla, casi sin poder respirar. Detrás de ella había… un muro. Sí, un muro. Un típico muro de ladrillos de color rojo ladrillo, sin pintar, sin nada más. Se podía ver hasta el cemento entre las junturas.

Un sudor frio me recorrió la espalda. Aquello no podía estar pasando, tenía que ser una pesadilla. Pero no lo era.

Toqué el muro con las manos, estaba tan duro como era de esperar. Intenté empujarlo o moverlo con todas mis fuerzas. Imposible, parecía estar adosado a la propia pared del váter. Volví a cerrar la puerta. Respiré hondo. Dejé pasar unos segundos en los cuales intenté convencerme de que lo que acaba de ver no era real. Abrí nuevamente la puerta, pero el muro seguía allí, igual de duro, igual de infranqueable. Me fije en él. Realmente no parecía un muro recién construido. El cemento estaba seco y sucio, los ladrillos algo rasgados por el paso del tiempo, era como si ese muro llevara años allí. Pero eso era imposible. ¿Qué estaba pasando?

El móvil. Podía usarlo para avisar a alguien. Pero, ¿qué iba a decir, que había un muro en la puerta del váter? Nadie me creería. De todas formas decidí llamar, al menos para avisar de que algo me estaba pasando.

Cogí mi celular y comprobé que la batería estaba al límite de agotarse. Estos aparatos siempre te dejan tirado en el peor momento, pensé. Decidí llamar a Marta, mi compañera. Ella se encontraba a escasos metros del lavabo de caballeros, y era la persona con la que más confianza tenía de la oficina.

Afortunadamente había cobertura, poca, pero había. Seleccioné el número de Marta en mis contactos y pulse el botón de llamada. Los nervios empezaban a acelerar los latidos de mi corazón y los poros de todo mi cuerpo expulsaban sudor en cantidades elevadas. A los dos tonos oí como descolgaban el teléfono.

-¿Dígame? –dijo una voz muy masculina.

-¿Marta?

-Disculpe, creo que se confunde -me respondió el hombre.

-¿No es este el teléfono de Marta López?

-No, lo siento, se ha confundido.

-No puede ser -respondí asustado y con voz temblorosa-, este siempre ha sido el número de Marta. ¿Quién es usted?

-Mi nombre es Juan Carlos y no conozco a ninguna Marta López -el tono del hombre ya sonaba algo irritado-. Disculpe caballero, pero tengo trabajo y he de colgar. Que pase un buen día -colgó el teléfono.

Me quedé unos pocos segundos mirando el teléfono, en estado de shock, sin poder comprender nada de lo que estaba sucediendo.

Tenía que hacer algo para salir de allí. Volví a abrir la puerta e intenté buscar en el muro algún ladrillo que pudiera estar suelto por el que poder franquearlo. Los palpé uno a uno, golpeándolos con el puño. Todo fue en vano. Al terminar la inspección los nervios se apoderaron de mí y empecé a darle patadas al muro con la suela de mi zapato, apoyándome en la pared opuesta para hacer más de fuerza de manera desesperada con la intención de tumbarlo. No sirvió de nada.

Desistí al ver que el esfuerzo era inútil y me detuve jadeando durante unos segundos. La desesperación me indujo a empezar a gritar continuamente utilizando las dos únicas palabras que me venían a la mente: socorro y ayuda. Lo hice sin ninguna esperanza de que nadie me viniera a rescatar. Y así fue.

Justo después me derrumbé. Me senté enfrente de la puerta con la espalda pegada en la pared y las piernas encogidas, sin saber qué hacer.

Pensé en dormirme para ver si al despertar todo había sido una pesadilla. El problema era que no tenía nada de sueño. Decidí leer algún artículo poco interesante del periódico que había allí para ver si me entraba el cansancio.

Al volver a coger el periódico me llevé la segunda sorpresa de la jornada. La portada no era la misma que antes, había cambiado. Ya no salía el presidente del gobierno con el de los Estados Unidos, ahora la foto principal de la portada era un accidente de avión en África.

¿Cuándo había cambiado? Pensé que quizá en el momento del mareo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Probablemente por la angustia que me vino en ese instante no me fijé.

Después del mareo había aparecido el muro y había cambiado el periódico, al ser consciente de ello empecé a preguntarme dónde estaba. Sabía que no estaba en el mismo habitáculo al que había entrado.

Me sentía impotente por no poder hacer nada. Empezaba a tener hambre, empezaba a tener sed, cada vez estaba más angustiado. El tiempo pasaba y pasaba. No podía saber exactamente cuánto porque no tenía reloj y el móvil se había quedado sin batería.

Tuve tiempo de pensar muchas variantes sobre lo que me estaba sucediendo, sobre si era un estado de mi mente que me estaba haciendo alucinar, sobre si me había vuelto loco o sobre si estaba muerto. Todo seguía sin tener sentido. Me plantee también dónde estaba. ¿Había viajado en el tiempo? Quizá la portada del periódico era de un día en el futuro. Pero no. La fecha del diario era la misma que la de hoy. Entonces… ¿estaba en un universo paralelo? Un mundo igual que el que yo conocía pero con pequeñas variantes. Muchos científicos tienen la teoría de que existen infinitos universos paralelos, sin embargo no saben cómo acceder a ellos. Quizá yo lo había conseguido inconscientemente, o algo desconocido había hecho posible mi viaje. ¿Por qué motivo? ¿Con qué intención?

Pero de repente…

Otra vez la misma incomprensible sensación, el mismo mareo, la misma angustia…

¿Significaba eso que había vuelto?... ¡El periódico! Si había cambiado de nuevo querría decir que estaba otra vez en el lugar inicial. Lo cogí a toda prisa para comprobarlo, y, en efecto, volvía a aparecer la foto del presidente del gobierno con el de Estados Unidos.

Me incorporé de un sobresalto para comprobar si ahora, como imaginaba, podría salir de aquel lugar. En un segundo que pareció eterno, llevé la mano al pomo para poder abrirla. Noté que la temperatura era más cálida, más como siempre, a diferencia de la última vez que lo había intentado. Y en efecto la puerta se abrió y me vi de nuevo en mi oficina, en mi mundo.

Salí del lavabo todo acalorado y sudoroso, y fui corriendo a mi puesto de trabajo. No me atrevía a contárselo a nadie, todos me tildarían de loco. Me pregunté si realmente lo estaba, si todo lo que había vivido allí dentro había sido real.

Sentado en la silla de mi mesa miré la hora en el reloj que había en la pared de la oficina. Las saetas negras sobre el fondo blanco marcaban las doce y seis minutos.

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